sábado, 14 de diciembre de 2013

LA MEJOR DE MIS ESTRELLAS



La mejor de mis estrellas


Me senté en la mejor de mis estrellas y pensé en ti, solo en ti, porque sabes; te amo, y por eso hice un mundo, donde pudieras estar, hasta que llegara el momento en que vivieras junto a mi; en ese mundo puse la belleza en una flor, puse tierra y semillas para que pudieras comer, puse el cielo y le di el día y la noche, en el día puse un sol para que sintieras el calor de mi amor, y en la noche puse la frescura para que sintieras sin ver, puse la oscuridad y en ella la luna y las estrellas para que supieras que en la penumbra hay belleza, que la belleza no solo se ve, sino que también se siente y que hice las estrellas para ti.

Puse un mar, en ese mundo puse animales, todos diferentes de forma y color para que los pudieras distinguir, también pensé en ellos y les di un lugar para vivir.

Pensé que te aburrirías si todo fuera del mismo color, por lo que a las plantas les di el verde, al día el azul, a la noche el negro, a las estrellas su brillo y hasta a tus ojos les di color. Permite el mal para que pudieras conocer el bien, puse en tu corazón bondad, amor y también perdón.

Pensé que no podrías estar solo, e hice a una mujer, para que hubiera un cuerpo que diera vida y mande muchos como tu, también pensé que no me entenderías, por lo que te di inteligencia.

Estaba yo feliz, pero luego vi que no sabias pensar y sabes?, Sentí decepción cuando creíste que yo no existía, que todo tenía una explicación científica, y la tiene, porque la puse para que pudieras
entenderme con mayor facilidad.

Y como te amo, de vez en cuando o muy seguido te mando un problema, que es un regalo que te doy para que aprendas a crecer, y aun así, dudas de mi.

Todo el tiempo pienso en ti, y todos los días mando una señal especialmente para ti, y aunque te di ojos te veo ciego, y en el mundo que te regalé sembraste semillas, pero no para comer, sembraste el odio, el egoísmo, la frialdad y las dejaste crecer, y te pedí que las cortaras y no me hiciste caso, porque vives tu mundo material. Y como te hacías sordo a mi voz, decidí escribirte esta carta para recordarte que te amo, y si me has hecho daño, te perdono, yo también siento, y sabes, te pido que me recibas en tu corazón, y que encuentres en mi consuelo, paz y tranquilidad…

Acércate a mi, no necesito decirte quien soy........ Tú ya lo sabes.





PLEGARIA DE CONSAGRACIÓN DEL HOGAR A LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARETH


PLEGARIA DE CONSAGRACIÓN DEL HOGAR 
A LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARETH

Padre Celestial, que has preparado el hogar de José y María para la llegada de tu Hijo, Jesucristo,  nosotros 
(decir los nombres de todos los miembros de la familia) 
N..., N....., N....
queremos consagrar nuestra familia a la Sagrada Familia de Nazareth. Amén.


EL MENSAJE DE NAVIDAD


El mensaje de la Navidad


Faltaba una semana para la Navidad y la asociación de mujeres de la iglesia había proyectado una fiesta de Navidad en el asilo de ancianos. Tuve que telefonear a todas las asociadas para pedirles que prepararan algún plato y fueran a atender personalmente a los ancianos. La mayoría contestaba que encantada prepararía un pastel, pero que no tenían tiempo para asistir a la fiesta. Me molestó constatar que tan sólo ocho de treinta y cinco asociadas dijeron que vendrían a ayudar y teníamos que servir a casi doscientos ancianos.

Las pocas señoras que se habían comprometido a ayudar colocaban los adornos de Navidad, organizaban las sillas y realizaban los diversos trabajos necesarios para poner en marcha la fiesta. Gladys, la presidenta de la asociación, ya se encontraba tras la larga mesa en la que cada una iba dejando su torta, preparando el ponche y cortando los pasteles. Me acerqué a ella y le dije:
- ¡Qué lástima!  Habría deseado que más señoras hubieran querido ayudar.¿Por dónde quieres que empiece?

La cálida sonrisa de Gladys casi borró mi resentimiento:
- Puedes ayudar llevándole la merienda a los ancianos que no pueden salir de su cuarto.
- Cómo no, dije agarrando una bandeja. ¡Será mejor que comience pronto, pues voy a tardar un siglo en servirles a todos!

Empezó la música y no sé quién se puso a cantar villancicos con los ancianos, que estaban todos reunidos en el inmenso patio del establecimiento. Yo no tenía tiempo de escuchar ni disfrutar las canciones. Me pasé la tarde corriendo de un lado a otro, llevando pasteles y ponche, sin mirar casi ni de reojo a los ancianos que servía.  A cada uno le daba además una bolsa de caramelos y un regalo.

Recorrí todas las alas del edificio, me dolían las piernas de subir las escaleras. Una de las tantas veces que subí, una viejita que llevaba un vestido estampado, rasgado y desteñido me tocó el brazo y me dijo tímidamente:
- Perdone, señorita. ¿Tendría la bondad de cambiarme el regalo?
Me volví hacia ella irritada y repliqué:
- ¿Cambiarle el regalo? ¿Por qué? ¿Es que le tocó uno de hombre?
- No, no... dijo vacilante. Es que me tocaron perlas. Las perlas representan lágrimas y yo ya no quiero más lágrimas.

Pensé: ¡Qué superstición más tonta! ¡Hay que ver cómo está el mundo! ¡Deberían agradecer cualquier cosa que les dieran!
- Lo siento. Ahora estoy muy atareada.  A lo mejor después se lo puedo cambiar.

Me fui corriendo para llenar otra vez la bandeja y me olvidé al instante de la señora.

Con la bandeja llena de tortas llegué corriendo a la sección de mujeres, en la planta baja. Abrí la puerta del cuarto apoyándome de espaldas y una vez dentro, di la vuelta; cuando vi lo que había allí, me estremecí de tal modo que la bandeja me empezó a temblar en mis manos.  ¡En aquel cuarto feo y deslucido, acostada en un camastro de sábanas grises y con un camisón raído, estaba mi madre!  ¿Mamá?  ¡No puede ser!  ¡Mamá está muerta! y de estar viva, no se encontraría en un lugar así. Se trataba de un asilo para ancianos sin familia, gente pobre y enferma que no tenía donde estar ni quien la cuidara.

No podía ser; los ojos me estaban haciendo una jugarreta.  Cuando volví a abrirlos pude ver mejor a la mujer demacrada que ocupaba el cuarto. No era mi madre, sino una viejita de cabello gris y ojos azules, que ni se parecía mucho a ella. ¿Qué me habría pasado que pensé que esa pobre mujer era mi madre?  Sería la madre de otro, no la mía. Entonces, ¿por qué no me sentí aliviada? Todo lo contrario, me embargó un dolor inmenso y se me hizo un nudo en la garganta.

Sin pronunciar palabra, volví a salir justo a tiempo para que no me viera llorar. Por el oscuro pasillo retorné a la mesa en la que se encontraba Gladys trabajando, muy animada. Se me debía de notar lo mal que me sentía, porque su expresión cambió en cuanto me vio y me dijo:
- ¿Qué te pasa, Betty? me preguntó, rodeándome con el brazo.
- Es que vi a mi madre... dije sollozando. ¡Acabo de ver a mi madre allí en un cuarto! No puedo seguir.
- Lo que te pasa es que estás agotada. Tómate un descanso.

Varias personas que se encontraban por allí cerca empezaron a mirarme. Agarré una servilleta y me fui corriendo para que no me vieran llorar.  Me dirigí a un rincón de la sala donde no había luz y me senté sollozando:
- Señor recé, ¿qué me pasa? ¿Me estoy volviendo loca?, y casi al instante oí su respuesta, que no me llegó con palabras audibles sino en mis pensamientos: «Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres... y no tengo amor, de nada me sirve.».

Caí en la cuenta de que esas palabras iban sin duda alguna dirigidas a mí.  Ese día yo había preparado tortas, caminado kilómetros, llevado comida a muchas personas, pero, ¿para qué? ¿A quién había estado sirviendo?  ¿A quién había tratado con cariño?  ¡Ni siquiera me había molestado en mirar a nadie!  Los ancianos no significaban nada para mí, ni veía sus rostros... hasta que vi en alguien que sufría el rostro amado de mi madre. Entonces cobraron vida para mí los ancianos:
- Perdóname, Señor dije en voz baja. Lo he hecho todo al revés. Tengo que volver a empezar.

Respiré profundamente, me enjugué las lágrimas y volví a la mesa de los pasteles. Gladys me miró desde donde estaba ocupada y me dijo:
- Ya has hecho bastante por hoy, Betty. ¿Por qué no te vas a casa a descansar?
- No me pidas que me vaya le respondí. En realidad, recién voy a empezar como debe ser.

Cuando estaba a punto de irme cargando otra bandeja, de pronto me acordé:
- Gladys, ¿tienes otro regalo para señoras? Tengo que cambiar uno.

Ella me pasó una cajita que contenía un broche de piedras rojas con forma de corazón:
- Gracias, es ideal le dije, agarrándola y alejándome deprisa hacia el patio.

Haz que encuentre a esa mujer, oré para mis adentros. Ni me había molestado en mirarle la cara. Había estado demasiado ocupada para prestarle alguna atención. Busqué entre todos los ancianos, de fila en fila. A todos se les veía contentos, cantando villancicos mientras resonaba la música. Por primera vez en todo el día, empecé a sentirme feliz. Entonces vi el andrajoso vestido estampado. La señora estaba sentada contra la pared, sola, teniendo en su regazo los caramelos sin desenvolver y las perlas. Se veía muy triste y desdichada. Me acerqué corriendo y le hablé:
- La he buscado por todas partes. Tome, le traje un regalo diferente.

Alzó la vista sorprendida y luego, casi como quien pide perdón, agarró la caja y la abrió. Los ojos se le iluminaron y sonrió de oreja a oreja encantada:
- Muchas gracias, señorita exclamó, es muy bonito.

De nuevo se me hizo un nudo en la garganta, pero esta vez no me importó:
- Deje que se lo coloque le dije. Y déme esas perlas, que ninguna falta nos hacen las lágrimas en Navidad.

Cuando me fui, la dejé cantando en el patio con los demás y me dio la impresión de que se me quitaba un peso tremendo de encima.  Sólo me quedaba una cosa por hacer antes del fin de la fiesta: volver al cuarto de la sección de mujeres, en la planta baja. De alguna forma tenía que darle las gracias a aquella anciana, pero no sabía cómo. Cuando empujé la puerta, me encontré a la señora sentada en la cama, comiéndose la torta y cuando entré sonrió:
- Feliz Navidad mamita, le dije.
- ¡Qué bueno que haya vuelto me contestó! Quería darles las gracias a todas las señoras por venir y hacernos la fiesta. Me gustaría hacerle un regalo, pero no tengo nada que le pueda dar. ¿Le puedo cantar una canción?

Ya no me podía contener más y asentí con la cabeza. Me senté en la cama mientras ella me interpretó, con voz chillona, tres estrofas de una canción muy triste que jamás había escuchado en mi vida. Pero el resplandor de sus ojos pudo más que la letra y dejó en mí bien claro el mensaje de la Navidad: ¡Compartir con los demás!

Autor desconocido

LA NAVIDAD



LA NAVIDAD 

La Navidad es la época más linda y esperada del calendario. Significa reunión de familias, de padres e hijos, de hermanos, parientes y amigos. Época de reflexionar sobre nuestros aciertos y desaciertos, sueños, esperanzas y logros.

La música de Navidad alcanza las cuerdas más sensibles de nuestro corazón y lo hacen vibrar con alegría. Es época de recordar que todos formamos parte de un todo, que todos somos hermanos y estamos unidos por lazos invisibles. No somos seres aislados, todo lo que hacemos tiene efecto en los demás.

Aprovechemos esta Navidad para perdonar a todos aquellos que nos ofendieron de palabra y de obra. Empecemos el Año Nuevo con el corazón aligerado por el perdón y enriquecido por el Amor. 

Compartamos nuestra alegría y nuestra mesa con alguien que esté solo, que no tenga familia o que se sienta triste. Ese invitado representará la figura de Dios. 

Y así podremos recibir la bendición de un Nuevo Año 2014.

DESALOJANDO EL PESEBRE


Desalojando el pesebre


Recientemente fue noticia que el papa Benedicto XVI, en su tercer libro sobre Jesús, hace referencia a que probablemente en el pesebre en el que nació Jesús no haya habido ni buey ni burrito.

De hecho, el Papa está ciñéndose a los textos evangélicos, que en ningún momento mencionan a esos animales. Sin embargo, este dato, más bien folclórico, ha causado sensación. Muchos se preguntan: ¿qué vamos a hacer ahora con los pesebres navideños? ¿Tendremos que sacar los animalitos con lo bien que quedaban?

Es un hecho menor, sin duda, una anécdota; pero debo confesar que me gusta que el Papa comience a desalojar el pesebre de tanto agregado que oscurece lo central de la fe cristiana.

Si se mira bien, la presencia de esos animales es tan accesoria como toda la parafernalia navideña que le hemos agregado al nacimiento de Jesús a través de dos mil años de cristianismo.

Lo esencial –para la fe cristiana– es un niño que nace pobre, de una familia pobre y que es recibido por hombres y mujeres de buena voluntad (el texto del evangelio de Lucas dice que el nacimiento es buena noticia para “los hombres de buena voluntad”). Y son estos hombres de buena voluntad –todo según Lucas– los que se arriman a visitar a la familia pobre en aquel establo.

Menos es más

Tal vez en aquel pesebre tampoco hubo reyes magos (sólo el evangelio de Mateo los menciona, y lo hace para señalar simbólicamente que Jesús es un nuevo rey de sabiduría al que rinden culto los sabios; no parece un hecho histórico probable).

Hasta los ángeles son inciertos (al menos, no serían con alas y coros celestiales). Lo que sí es más probable es que una familia pobre fuera visitada y ayudada por otros pobres (los pastores) que acostumbran ser solidarios con los que están tan mal como ellos.

Mucha agua ha pasado bajo el puente del cristianismo. Mucho le hemos agregado al pesebre hasta transformarlo en algo folclórico, tierno... inofensivo. Somos responsables –como Iglesia– en haber transformado en algo simpático un hecho dramático.

El mensaje de la Nochebuena –para los cristianos– no es sólo la buena noticia del nacimiento del hijo de Dios; es también la “mala noticia” de que no hay lugar para Él, porque no hay lugar para los pobres.

Por ser pobre, el Niño debe nacer donde se pueda: no hay hotel, ni casa de plan, ni country... ¡Al pesebre!

Ese es su lugar –y el de Dios– en nuestra sociedad tan llena de afán de consumo, de compras navideñas, garrapiñada y pesebres en los shoppings, acompañados por un señor gordo venido del norte y vestido de rojo.

Lo malo de un pesebre tan simpático y poblado de personajes anecdóticos es que lo hemos adornado de tal modo que hemos terminado naturalizando su pobreza, haciéndola simpática. Y la pobreza es cruel.

Los pobres –también hoy– van al establo, al final de la fila: en el reparto, en los planes de gobierno, en la educación, en el acceso a la salud, a la justicia, al empleo legal; son –eso sí– los primeros a la hora de los ajustes y recortes.

Los imprescindibles

Se me hace que los únicos imprescindibles en este pesebre navideño (además de María, José y el Niño, obviamente) son los hombres de buena voluntad a los que los ángeles les auguran paz.

Estos son esenciales, vengan de donde vengan. Ellos son los que ayudan a que el mundo sea un poco mejor. Son imprescindibles para que no nazcan más niños en el crudo pesebre de la exclusión y la pobreza.

Está bien que se vaya desalojando el pesebre de tanto folklore y vaya quedando lo esencial: Dios solidario con los pobres, denunciando desde un establo la exclusión; Dios entrando al mundo por la puerta de atrás para mostrarnos el camino de la fraternidad y la solidaridad; y muchos hombres y mujeres de buena voluntad (de cualquier raza, religión o ideología) dando una mano para que la Paz y el Amor de la Nochebuena se vayan haciendo realidad noche y día, todo el año.

Rafael Velasco sj
Rector de la Universidad Católica de Córdoba

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