ADVIENTO
En Adviento, quien desespera,
es porque no espera ni quiere esperar en nada ni en nadie
En Adviento, quien no espera,
es porque –tal vez- sólo espera en sí mismo
En Adviento, quien aguarda,
es porque sabe que lo bueno está por llegar
En Adviento, quien confía,
es porque intuye que Alguien está por llegar
¿Qué tienes Adviento que truecas la noche en día y transformas la soledad de vértigo en compañía?
¿Qué tienes Adviento que nos empujas y nos animas contra toda desesperanza?
¿Qué tienes Adviento que nos despiertas del letargo de la monotonía?
¿Qué tienes Adviento que levantas nuestra vista hacia el horizonte?
Tienes la luz que iluminará la noche más estrellada de la Navidad.
Posees el despertador que espabila la fe dormida o amordazada.
Tienes, más allá de la Navidad, la llegada de Aquel que de una vez por todas vendrá hasta nosotros.
Escondes, en ti mismo, la fuerza que nos invita a pensar en un Dios que viene al encuentro del hombre.
¿Qué nos das, Adviento, para que en ese dar, siempre siembres un poco de paz y de sosiego?
¿Qué secreto te traes entre manos, Adviento, para que se nos vayan desvelando tantos misterios?
¿Qué grandeza nos descubres, Adviento, para que el corazón vuelva del rencor al amor y el hombre de la violencia a la paz?
Fluyes en la Palabra que, según se había
entretejido desde antiguo, por fin se cumple.
Regalas la capacidad de asombrarnos
ante un mundo que nos adormece.
Presentas, entre otras cosas, la caricia de Dios que hace que desparezca la parte más negativa del ser humano.
Gracias, Adviento, porque haces de nuestra mente
un pensamiento para Dios
Gracias, Adviento,
porque nos invitas a volvernos sobre nosotros mismos.
Gracias, Adviento, porque cuentas con nosotros
como vigilantes de un gran amigo.
Gracias, Adviento, porque aún siendo hijos de Dios, sabemos que tenemos mil defectos que dejar en el camino, para poder entrar con libertad, sin dificultades y con amor en Belén.
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