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domingo, 15 de diciembre de 2013

EL ARTE DE SER FELIZ

Autor: Lidia González y Teresa de Diego | Fuente: análisis digital/ zenit
El arte de ser feliz, según Ignacio Larrañaga
Entrevista con el Padre Larrañaga autor de más de una decena de libros con los que pretende ayudar al hombre moderno a salir de su angustia y encontrar la felicidad
 
El arte de ser feliz, según Ignacio Larrañaga
El arte de ser feliz, según Ignacio Larrañaga
Habla el fundador de los «Talleres de Oración»

13/05/08

El padre Ignacio Larrañaga, sacerdote franciscano, capuchino, fundador de los Talleres de Oración (http://www.tovpil.org), que han beneficiado a más de diez millones de personas, es uno de los maestros del espíritu de estos inicios de milenio.

Autor de más de una docena de libros que han sido traducidos a más de diez idiomas, ha tenido una enorme influencia con su pedagogía que vincula la oración con la vida concreta, especialmente, con la vida de matrimonio.

Es autor de uno de los libros de espiritualidad de más éxito en estos momentos, «El arte de ser feliz» (LibrosLibres), que ya ha llegado a su séptima edición, con el que pretende ayudar al hombre moderno a salir de su angustia y encontrar la felicidad.

Así lo explica en esta entrevista este misionero, cuya obra, con reconocimiento pontificio, se ha extendido por todos los continentes.

¿Es posible que el hombre sea realmente feliz?

--P. Larrañaga:
 Aunque mágica, la palabra felicidad no deja de ser una palabra equívoca. En realidad nadie es feliz, completamente feliz. Puede haber momentos de éxtasis o exaltación y en esos momentos parece que se ha llegado a la plenitud de la felicidad; pero ¡vana ilusión!, son momentos efímeros, fugaces. Puede haber ráfagas de felicidad, copas de alegría, pero ¿la´ felicidad misma? No. Lo que aborta la felicidad es el sufrimiento, y aquí podemos establecer una ley de proporcionalidad; cuanto más sufrimiento, menos felicidad; cuanto menos sufrimiento, más felicidad. «El arte de ser feliz» enseña a eliminar o aminorar cualquier sufrimiento y, por este camino, enseña no a ser feliz, pero sí a ser más feliz. He ahí el arte.


Un hombre que sufre enfermedad o dolor físico, ¿puede ser feliz?

P. Larrañaga:
 Se puede decir que cualquier dolor corporal ya ha sido eliminado con las medicinas modernas. Pero, ¿y la enfermedad? El problema de la enfermedad no es la perturbación biológica sino la resistencia mental que tiene la angustia. La angustia es el peor aguijón de la enfermedad. Un enfermo inundado de una gran paz es un enfermo feliz.


Este libro enseña precisamente eso: arrancar a la enfermedad su peor aguijón que es la angustia. Transformar la enfermedad en la «hermana enfermedad» y hacer del enfermo un «enfermo feliz». He ahí el arte.

Hoy en día vivimos pensando en tener éxito ¿Cómo prepararnos para aceptar el fracaso?

--P. Larrañaga: 
Es verdad. Estamos inmersos en una sociedad excesivamente competitiva en la que el más fuerte, el más audaz, el más creativo se lleva la palma en una lucha sin cuartel. Por todos partes se oye el grito romano «ay de los vencidos», es decir, «ay de los fracasados». En esta sociedad no hay lugar para los fracasados; ellos son eliminados con crueldad y sin compasión. Usted me pregunta: ¿cómo aceptar el fracaso sin derrumbarse? Francamente no lo sé; o mejor, lo veo imposible. Tal vez, tan sólo en el espíritu de fe y abandono en Dios, podría suavizar el golpe y ayudarlo a mantenerse de pie. Sin fe es inevitable caerse de espaldas, hecho pedazos.

Hay gente que cree que el hombre se tortura con angustias y obsesiones porque piensa demasiado.

--P. Larrañaga:
 No porque piensa demasiado sino porque da vueltas en su mente, e inútilmente, a hechos consumados y episodios tristes. Y de tanto dar vueltas en su cabeza a sucesos tristes de la vida, las personas se hacen temperamentalmente tristes. Los hechos que no tienen solución o la solución no está en nuestras manos ¿para qué darles vueltas en la mente? Hay que dejarlos en manos de Dios.

¿Por qué cree usted que tenemos tanto miedo a que los años se nos pasen y la muerte nos sorprenda sin haber vivido? ¿Cuál es su respuesta a los que temen la muerte?

--P. Larrañaga:
 Es un sentimiento hondo, casi siempre inconsciente pero real: se les van pasando los años y están aproximándose al ocaso de la vida. No les falta nada. Por tenerlo todo, hasta tienen salud fisica y mental, pero están dominados por la sensación de que les falta todo. Si les preguntamos por la razón de su vivir, responderán que no la tienen. Es el vacío, la oscura sensación de que se les va la vida sin haberla vivido. Su existencia no ha sido gratificante. ¿Respuesta a los que temen la muerte? No es fácil responder. Es un fenómeno de gran complejidad. Ese temor, para los que no tienen fe, participa del «horror vacui», horror al vacío. Desde luego es un temor irracional: se debería pensar mil veces en la ley universal de que lo que comienza, acaba, ley respetada por todos los seres de la creación, excepto por el hombre.

Al igual que aprendemos a leer, escribir... ¿tenemos que aprender a ser felices? ¿Depende de nosotros o de las circunstancias que nos toque vivir?

--P. Larrañaga:
 En la época prehumana, los animales no se hacían problemas para vivir. Todos sus problemas los encontraban solucionados mediante mecanismos instintivos con los que resolvían, casi mecánicamente, sus necesidades elementales. Los animales no pueden ser más felices de lo que son. No tienen problemas. No se aburren. El hombre, en cambio, desde que sale a la luz, todo son problemas: tiene que comenzar a respirar, alimentarse, a andar, a hablar... y así, a lo largo de los años, y hasta la muerte, su existencia es un eterno aprender a vivir y ser felices. Es verdad que hay personalidades genéticamente proclives a la tristeza, otras a la alegría. También es verdad que ciertas circunstancias de la vida pueden favorecer u obstaculizar la dicha del vivir. Pero es el lector mismo quien tiene que poner en práctica los medios de autoliberación que el libro entregará y, en un proceso de progresiva superación del sufrimiento humano, avanzar paulatinamente hacia la tranquilidad de la mente, la serenidad de los nervios y la paz del alma.

En la actualidad disponemos de muchos medios materiales, avances tecnológicos... pero la gente parece más individualista, nerviosa, dispersiva, en una palabra, menos feliz. ¿Tendremos que huir a una isla desierta para ser felices?

--P. Larrañaga:
 Efectivamente, la sociedad moderna es asesina, digamos así, porque acaba por desintegrar lo más sagrado del hombre que es la unidad interior y la estabilidad emocional. Y por ahí sobrevienen la dispersión, el estrés, y podemos aproximamos peligrosamente hacia la depresión, y todo esto en medio de la sensación generalizada de desasosiego. Para salvamos de una sociedad tan desestabilizadora no necesitamos retiramos a una isla solitaria. Pero tampoco se nos va a regalar la dicha de vivir como un presente de Navidad. El lector tendrá que someterse a un próceso de autoliberación siguiendo las pautas del libro.

Usted da mucha importancia a la oración, ¿necesita de ella para vivir con alegría?

--P. Larrañaga:
 Pienso absolutamente que el trato de amistad y la relación personal con Dios favorece enormemente, casi decididamente, la libertad interior, la ausencia del miedo y la alegría de vivir. Además sospecho que la oración y la actitud de abandono son el único camino de la paz profunda. De todas maneras pienso que los golpes rudos de la vida nos despedazarán inevitablemente si Dios está totalmente ausente del corazón.

Y si no tienes fe ¿puedes ser igualmente feliz?

--P. Larrañaga:
 Comprendo que puede haber hombres y mujeres completamente agnósticos e igualmente felices. Pero esto por excepción. El hombre, sin fe, tiene que sentir un gran vacío, allá, en la última soledad del ser, en aquel pozo infinito que sólo un infinito puede llenar. En todo caso, todas las reflexiones y orientaciones que entrega «El arte de ser feliz» van dirigidas a los que no tienen fe o la tienen débil.

sábado, 14 de diciembre de 2013

LA MEJOR DE MIS ESTRELLAS



La mejor de mis estrellas


Me senté en la mejor de mis estrellas y pensé en ti, solo en ti, porque sabes; te amo, y por eso hice un mundo, donde pudieras estar, hasta que llegara el momento en que vivieras junto a mi; en ese mundo puse la belleza en una flor, puse tierra y semillas para que pudieras comer, puse el cielo y le di el día y la noche, en el día puse un sol para que sintieras el calor de mi amor, y en la noche puse la frescura para que sintieras sin ver, puse la oscuridad y en ella la luna y las estrellas para que supieras que en la penumbra hay belleza, que la belleza no solo se ve, sino que también se siente y que hice las estrellas para ti.

Puse un mar, en ese mundo puse animales, todos diferentes de forma y color para que los pudieras distinguir, también pensé en ellos y les di un lugar para vivir.

Pensé que te aburrirías si todo fuera del mismo color, por lo que a las plantas les di el verde, al día el azul, a la noche el negro, a las estrellas su brillo y hasta a tus ojos les di color. Permite el mal para que pudieras conocer el bien, puse en tu corazón bondad, amor y también perdón.

Pensé que no podrías estar solo, e hice a una mujer, para que hubiera un cuerpo que diera vida y mande muchos como tu, también pensé que no me entenderías, por lo que te di inteligencia.

Estaba yo feliz, pero luego vi que no sabias pensar y sabes?, Sentí decepción cuando creíste que yo no existía, que todo tenía una explicación científica, y la tiene, porque la puse para que pudieras
entenderme con mayor facilidad.

Y como te amo, de vez en cuando o muy seguido te mando un problema, que es un regalo que te doy para que aprendas a crecer, y aun así, dudas de mi.

Todo el tiempo pienso en ti, y todos los días mando una señal especialmente para ti, y aunque te di ojos te veo ciego, y en el mundo que te regalé sembraste semillas, pero no para comer, sembraste el odio, el egoísmo, la frialdad y las dejaste crecer, y te pedí que las cortaras y no me hiciste caso, porque vives tu mundo material. Y como te hacías sordo a mi voz, decidí escribirte esta carta para recordarte que te amo, y si me has hecho daño, te perdono, yo también siento, y sabes, te pido que me recibas en tu corazón, y que encuentres en mi consuelo, paz y tranquilidad…

Acércate a mi, no necesito decirte quien soy........ Tú ya lo sabes.





DESALOJANDO EL PESEBRE


Desalojando el pesebre


Recientemente fue noticia que el papa Benedicto XVI, en su tercer libro sobre Jesús, hace referencia a que probablemente en el pesebre en el que nació Jesús no haya habido ni buey ni burrito.

De hecho, el Papa está ciñéndose a los textos evangélicos, que en ningún momento mencionan a esos animales. Sin embargo, este dato, más bien folclórico, ha causado sensación. Muchos se preguntan: ¿qué vamos a hacer ahora con los pesebres navideños? ¿Tendremos que sacar los animalitos con lo bien que quedaban?

Es un hecho menor, sin duda, una anécdota; pero debo confesar que me gusta que el Papa comience a desalojar el pesebre de tanto agregado que oscurece lo central de la fe cristiana.

Si se mira bien, la presencia de esos animales es tan accesoria como toda la parafernalia navideña que le hemos agregado al nacimiento de Jesús a través de dos mil años de cristianismo.

Lo esencial –para la fe cristiana– es un niño que nace pobre, de una familia pobre y que es recibido por hombres y mujeres de buena voluntad (el texto del evangelio de Lucas dice que el nacimiento es buena noticia para “los hombres de buena voluntad”). Y son estos hombres de buena voluntad –todo según Lucas– los que se arriman a visitar a la familia pobre en aquel establo.

Menos es más

Tal vez en aquel pesebre tampoco hubo reyes magos (sólo el evangelio de Mateo los menciona, y lo hace para señalar simbólicamente que Jesús es un nuevo rey de sabiduría al que rinden culto los sabios; no parece un hecho histórico probable).

Hasta los ángeles son inciertos (al menos, no serían con alas y coros celestiales). Lo que sí es más probable es que una familia pobre fuera visitada y ayudada por otros pobres (los pastores) que acostumbran ser solidarios con los que están tan mal como ellos.

Mucha agua ha pasado bajo el puente del cristianismo. Mucho le hemos agregado al pesebre hasta transformarlo en algo folclórico, tierno... inofensivo. Somos responsables –como Iglesia– en haber transformado en algo simpático un hecho dramático.

El mensaje de la Nochebuena –para los cristianos– no es sólo la buena noticia del nacimiento del hijo de Dios; es también la “mala noticia” de que no hay lugar para Él, porque no hay lugar para los pobres.

Por ser pobre, el Niño debe nacer donde se pueda: no hay hotel, ni casa de plan, ni country... ¡Al pesebre!

Ese es su lugar –y el de Dios– en nuestra sociedad tan llena de afán de consumo, de compras navideñas, garrapiñada y pesebres en los shoppings, acompañados por un señor gordo venido del norte y vestido de rojo.

Lo malo de un pesebre tan simpático y poblado de personajes anecdóticos es que lo hemos adornado de tal modo que hemos terminado naturalizando su pobreza, haciéndola simpática. Y la pobreza es cruel.

Los pobres –también hoy– van al establo, al final de la fila: en el reparto, en los planes de gobierno, en la educación, en el acceso a la salud, a la justicia, al empleo legal; son –eso sí– los primeros a la hora de los ajustes y recortes.

Los imprescindibles

Se me hace que los únicos imprescindibles en este pesebre navideño (además de María, José y el Niño, obviamente) son los hombres de buena voluntad a los que los ángeles les auguran paz.

Estos son esenciales, vengan de donde vengan. Ellos son los que ayudan a que el mundo sea un poco mejor. Son imprescindibles para que no nazcan más niños en el crudo pesebre de la exclusión y la pobreza.

Está bien que se vaya desalojando el pesebre de tanto folklore y vaya quedando lo esencial: Dios solidario con los pobres, denunciando desde un establo la exclusión; Dios entrando al mundo por la puerta de atrás para mostrarnos el camino de la fraternidad y la solidaridad; y muchos hombres y mujeres de buena voluntad (de cualquier raza, religión o ideología) dando una mano para que la Paz y el Amor de la Nochebuena se vayan haciendo realidad noche y día, todo el año.

Rafael Velasco sj
Rector de la Universidad Católica de Córdoba

viernes, 13 de diciembre de 2013

LA CORONA DE ADVIENTO


La Corona de Adviento


La corona o guirnalda de Adviento es el primer anuncio de Navidad. La palabra ADVIENTO es de origen latín y quiere decir VENIDA. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo. El tiempo de adviento abarca cuatro semanas antes de Navidad.

Una costumbre significativa y de gran ayuda para vivir este tiempo es La corona o guirnalda de Adviento, es el primer anuncio de Navidad.

Origen:
La corona de adviento encuentra sus raíces en las costumbres pre-cristianas de los germanos (Alemania). Durante el frío y la oscuridad de diciembre, colectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida de la primavera. Pero la corona de adviento no representa una concesión al paganismo sino, al contrario, es un ejemplo de la cristianización de la cultura. Lo viejo ahora toma un nuevo y pleno contenido en Cristo. Él vino para hacer todas las cosas nuevas.

Nueva realidad:
Los cristianos supieron apreciar la enseñanza de Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.». Jn 8,12.
La luz que prendemos en la oscuridad del invierno nos recuerda a Cristo que vence la oscuridad. Nosotros, unidos a Jesús, también somos luz: «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte" Mateo 5,14.

En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes utilizaban este símbolo para celebrar el adviento: Aquellas costumbres primitivas contenían una semilla de verdad que ahora podía expresar la verdad suprema: Jesús es la luz que ha venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria. Las velas anticipan la venida de la luz en la Navidad: Jesucristo.

La corona de adviento se hace con follaje verde sobre el que se insertan cuatro velas. Tres velas son violeta, una es rosa. El primer domingo de adviento encendemos la primera vela y cada domingo de adviento encendemos una vela mas hasta llegar a la Navidad. La vela rosa corresponde al tercer domingo y representa el gozo. Mientras se encienden las velas se hace una oración, utilizando algún pasaje de la Biblia y se entonan cantos. Esto lo hacemos en las misas de adviento y también es recomendable hacerlo en casa, por ejemplo antes o después de la cena. Si no hay velas de esos colores aun se puede hacer la corona ya que lo mas importante es el significado: la luz que aumenta con la proximidad del nacimiento de Jesús quien es la Luz del Mundo. La corona se puede llevar a la iglesia para ser bendecida por el sacerdote.

La corona de adviento encierra varios simbolismos:

• La forma circular:
El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.

• Las ramas verdes:
Verde es el color de esperanza y vida. Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.

• Las cuatro velas:
Nos hacen pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo. Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.

• Las manzanas rojas que adornan la corona:
Representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.

• El listón rojo:
Representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

Bendición de la Corona de Adviento

En algunas parroquias o colegios se hace la bendición de las Coronas de Adviento. Si no se puede asistir a estas celebraciones, se puede hacer la bendición en familia con la siguiente oración:

Señor Dios, bendice con tu poder nuestra corona de adviento para que, al encenderla, despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de Cristo practicando las buenas obras, y para que así, cuando Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

La bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre esta Corona y sobre todos los que con ella queremos preparar la venida de Jesús.

VIVE EL ADVIENTO CON JESÚS


Vive el Adviento con Jesús


Se acaba el año… Esta es una de las frases que escuchamos constantemente a lo largo de estos días. Y nos toca correr al ritmo que lo hace mucha gente en la calle. Diciembre es un mes de fiestas. El día 8, les rendimos honor a la Inmaculada Concepción. El día 25, celebramos el nacimiento del Niño Jesús, y el día 31, le damos un adiós definitivo a este año y celebramos por el que ha de venir. Pero este tiempo es un momento oportuno para reflexionar sobre lo que hemos hecho y lo que no, sobre el sentido de nuestro ser y quehacer. Puede ser oportuno hacerlo desde lo que empezamos a celebrar este domingo 2 de diciembre, cuando iniciamos el Adviento…

Llegó el tiempo de la espera y la esperanza. El tiempo de preparar caminos… ¿En qué consiste esa esperanza, que unos años nos encuentra felices, y otros con ánimo bajo? ¿De qué está hecha esa confianza en que Dios sigue viniendo? ¿Cómo se enciende esa luz que rompe tinieblas, noches, sombras y que ilumina los rincones más oscuros? Y es tan humano el esperar y ponerse en camino, el desear y luchar por algo, el creer cuando todo parece invitar al descreimiento… ¿Qué ingredientes tiene esa esperanza poderosa que provoca escalofríos a los infames y hace sonreír a los heridos?

Esperamos porque sabemos de quién nos hemos fiado. Porque preparamos los caminos para una venida que ya comenzó hace mucho. Porque en la vida es fundamental mantener una memoria agradecida por todo lo recibido. Aprender de una historia muchas veces trenzada en golpe y dicha... En los momentos de dicha recordamos que todo es don. Y en las noches oscuras, en los momentos en que parece que algo falta, en las épocas de dolor o sufrimiento, recordamos las bendiciones que en otros momentos han llenado nuestras vidas de pasión. Y la entrega de un Dios cuya salvación ya comenzó de manera inexorable. La sorpresa del Dios del pesebre y la historia de una salvación extraña. Recordamos con gratitud, y nos vivimos como partes de una historia.

Esperamos porque sabemos lo que puede llegar. A veces lo intuimos. Otras lo soñamos. En ocasiones sencillamente queremos que las cosas sean diferentes. Imaginamos futuros mejores, para nosotros, pero sobre todo para aquellos cuyos presentes son sombríos; hasta ahí, nada distinto de los "buenos deseos" con los que se reciben estas fechas en las teles y los mercados, en las promociones navideñas y las declaraciones institucionales. Pero entonces se enciende una luz en nuestra entraña, se escucha una voz que, muy hondo, muy dentro, muy suave, susurra: "¿Por qué no? Y el deseo se convierte en urgencia, en anhelo, y quema y aquieta a un tiempo. El deseo es también llamada, y algo me dice: "lucha por lo que deseas", y eso es Adviento…

Adviento, Navidad, fin de año. Seguirá siendo un momento oportuno para reflexionar si de verdad hemos vivido todo profundamente y si ello nos ha llevado a Dios. Porque todo en la vida, vivido hondamente, nos puede llevar a Dios.

Padre José Domingo Cuesta S.J.

LOS PASTORES DE BELÉN

Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
Los pastores de Belén
No fueron los grandes de este mundo, sino los pastores. Por humildes y sencillos, por ser dóciles al mensaje Divino.
 
Los pastores de Belén

Al nacimiento de Jesús fueron invitados unos pastores,
gente sencilla y buena.
No fueron invitados los cortesanos de Herodes,
ni los fariseos, ni los miembros del Sanedrín.

No fueron los grandes de este mundo,
sino los pastores.
Por humildes y sencillos,
por ser dóciles al mensaje Divino.

Hoy siguen siendo invitados los humildes,
los que aceptan a Dios y sus mandamientos,
los sencillos, los pobres de espíritu.

Jesús es el patrón de los desamparados,
de los sin techo, de los emigrantes,
de todos los miserables, enfermos, hambrientos…
Cristo nace como un gitano.

Para el Creador del mundo un establo de animales.
No había lugar para Él en ninguna casa de Belén.
Para enseñarnos que las cosas materiales
no son la felicidad del hombre sino las celestiales.
¡Qué contraste tan brutal con ese afán nuestro
de poseer más y más cosas!

Nunca estamos satisfechos con lo que tenemos.
"He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir"...
Ojalá que esta Navidad,
tú también puedas decir eso:
He encontrado a Cristo y por tanto la alegría de vivir…

Porque de lo contrario,
"aunque Cristo naciese mil veces en Belén,
si no nace en ti, seguirás eternamente perdido". 

martes, 10 de diciembre de 2013

VIVIR EL ADVIENTO


Vivir el Adviento
El auténtico Adviento procede del interior del corazón creyente del hombre y, sobre todo, de la hondura del amor de Dios
 Autor: Felipe Borau | Fuente: www.mercaba.org




Vivir el Adviento no es tan fácil. Para muchos apenas adquiere relevancia, ni la palabra en sí y mucho menos su contenido.

Apenas una suma pequeña de domingos que nos conduce a la Navidad.


Es necesario reivindicar el sentido pleno del Adviento como actitud cristiana fundamental: esperar a Dios y esperarlo en Jesús; creer en su venida progresiva, misteriosa pero real, a nosotros, al mundo. El Adviento es ese tiempo concreto que rompe nuestra inconcreción y nuestra monotonìa para ponernos en camino de conversión, para centrar nuestra vida no en una irrealidad, sino en la realidad maravillosa de Jesús que se acerca a la vida de los hombres como nuestro Salvador.

Cada día esperábamos, a veces hasta acomodados en un sueño profundo; oíamos voces, ecos; alguien que viene, que vendrá...

También nos habíamos cansado de esperar... casi siempre todos los días eran lo mismo, subía el egoísmo de los hombres y el panorama era un puro desierto de soledad. Cada día era una continua espera desde los solitarios valores de los hombres. Parecía que el cielo estaba más lejos de nosotros. Nuestra espera se había convertido en una actitud inútil. Aunque las fiestas de la Iglesia recuerdan algo pasado, son también presente, realización viva, pues lo que ha ocurrido una vez en la historia, debe volver a ocurrir una y otra vez en la vida de los creyentes. Cada uno de nosotros debe vivir la expectación, la llegada del Señor desde su propia realización y su propia lucha para obtener con ello la Salvación. ¿Qué es eso de esperar a Alguien que viene de otra parte? ¿Qué hay más importante que encontrar en mi vida al Amigo? Un amigo es algo grande y precioso. Pero, ¿me lo puedo hacer yo mismo? Ciertamente, no. Puedo estar vigilante y receptivo, para notar cuando se me acerca una persona que puede ser importante para mí; pero tiene que venir. Venir, desde ese ámbito, inabarcable con la vista, que es la vida humana. En cualquier ocasión nos encontramos, entramos en conversación, y entonces se desarrolla esa cosa fecunda y hermosa que se llama amistad... Alguien que viene a nosotros desde la amplitud de los cielos, desde la inmensidad... hemos extendido las manos, hemos abierto las puertas... Alguien ha penetrado profundamente en nuestra vida.

Nuestra salvación descansa en una venida. Aquel que viene, no lo han podido inventar ni producir los hombres mismos; ha venido a ellos desde el misterio de la libertad de Dios. ¡Cuántas veces lo han intentado! En todos los pueblos y en todas las épocas surgen las figuras de salvadores y redentores que apenas pueden modificar la realidad humana. Por haber nacido del mundo, no pudieron llevar el mundo a la libertad; y por estar hechos de la materia de su tiempo desaparecieron.

El auténtico Redentor, Aquél a quien esperamos, ha procedido de la libertad de Dios: ha surgido en una pequeña nación, en una época que nadie podría demostrar que era la apropiada y en figura ante la cual nos invade el asombro: ¿por qué precisamente ésta? La decisión de la fe consiste en buena medida en prescindir de qué es lo correcto y apropiado, y recibir al que proviene de la libertad de Dios: "Bendito el que viene en el nombre del Señor".

Este es el comienzo de la Buena Nueva, de la Buena Noticia.

Estamos ya en el camino de la esperanza.

Esto nos dice el Adviento. Todos los años nos exhorta a considerar el prodigio de esta Venida. Pero nos recuerda también que su sentido sólo puede adquirir su plenitud si el Redentor no viene sólo para la humanidad en su conjunto, sino para cada uno de nosotros en particular: en sus alegrías y miserias, en sus convicciones, perplejidades y tentaciones, en todo lo que constituye su ser y su vida. Descubrir desde lo hondo de nuestras conciencias que Cristo es mi Redentor y viene a mi vida, es ponerse en el camino de Adviento. El auténtico Adviento procede del interior. Del interior del corazón creyente del hombre y, sobre todo, de la hondura del amor de Dios. Debemos preparar el camino a su Amor y descubrir formas nuevas que nos pongan en disposición de recibir "al Salvador de Dios". De nuevo volver

viernes, 6 de diciembre de 2013

DAR CON EL CORAZÓN



Dar con el corazon...

Una vez un mendigo que estaba tendido al lado de la calle vio a lo lejos venir al rey con su corona y su capa. Pensó:
- "Le voy a pedir, él es un buen hombre, de seguro me dará algo".
Cuando el rey pasó cerca, le dijo:
- "Majestad, ¿me podría, por favor, regalar una moneda?" (... aunque en su interior pensaba que él le iba a dar mucho).
El rey le miró y le respondió:
- "¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?"

El mendigo no sabía que responder y sólo atinó a balbucear:
- "¡Pero, Majestad...yo no tengo nada!".

El rey contestó:
- "¡Algo debes tener!... ¡Busca!".
Entre asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y vio que tenía una naranja, un bollo de pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darlos, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz y se los dió al rey.
Complacido, él dijo:
- "¡Ves como sí tenías!".
Y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz.
El mendigo dijo entonces:
- "Majestad... creo que por aquí tengo otras cosas...".
Pero el rey lo miró fijamente a los ojos y, con dulzura, le comentó:
- "Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo dar".

Moraleja: Es fácil en esta historia reconocer el acto de dar y recibir. ¿Cuántas veces en nuestras acciones, que decimos son de servicio, entran en juego el egoísmo y nuestros propios intereses? ¿Cuántas veces realizamos un favor sólo pensando en el beneficio personal que nos reportará? Demos de corazón, sin calcular, sin sacar cuentas, sin pensar en lo que recibiremos a cambio... y la mayor ganancia será la felicidad que sentiremos al dar.

SAN JOSÉ Y EL ADVIENTO



SAN JOSÉ Y EL ADVIENTO

Hombre de corazón universal, San José, paradigma de la nueva humanidad, anticipo de la vida escatológica: la realización de las promesas del Reino de Dios, ya aquí en la tierra "serán como ángeles". Este hombre sabio y trabajador fue uno de aquellos creyentes que se preparó con mucha fe y amor a la venida del Mesías. Sin saberlo era el predestinado por Dios Padre para ser su representante aquí en la tierra. José como esposo de la Virgen María fue le "verdadero" padre de Jesús, el Salvador. 

Este privilegio se dio por su obediencia y su mucha fe. Su corazón estaba preparado para asumir cualquier reto de la vida, siempre con la frente en alta y con la conciencia limpia. José es el paradigma de hombre de Adviento, el hombre de la esperanza dichosa y gozosa, el hombre responsable y fiel. Caminó contra toda esperanza, miró al futuro contra todo fe, por eso es el verdadero MODELO DE FE Y ESPERANZA. 

Una mirada a la figura de San José nos ayudará a vivir este TIEMPO DE ADVIENTO CON MAYOR SERIEDAD, Prepararnos a la NAVIDAD y también a la PARUSÍA. San José, hombre del Adviento,ruega por nosotros 

(P. Marcos, osj)

LA GRANDEZA DE LO PEQUEÑOS

Autor: H. Christian David Garrido F. L.C. | Fuente: Catholic.net
La grandeza de lo pequeño
Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer.




La grandeza de lo pequeño
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. »
Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: « ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.
 (Lc. 10. 21-24)

“Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los pequeños.”Estas palabras encierran un misterio y una paradoja para la lógica humana. Los más grandes acontecimientos de su vida, Cristo no los quiso revelar a quienes, según el mundo, son “los sabios y prudentes”. Él tiene una manera diferente para calificar a los hombres.

Para Dios no existen los instruidos y los iletrados, los fuertes y los débiles, los conocedores y los ignorantes. No busca a las personas más capaces de la tierra para darse a conocer, sino a las más pequeñas, pues sólo estas poseen la única sabiduría que tiene valor: la humildad.

Las almas humildes son aquellas que saben descubrir la mano amorosa de Dios en todos los momentos de su vida, y que con amor y resignación se abandonan con todas sus fuerzas a la Providencia divina, conscientes de que son hijos amados de Dios y que jamás se verán defraudadas por Él. La humildad es la llave maestra que abre la puerta de los secretos de Dios. Es la gran ciencia que nos permite conocerle y amarle como Padre, como Hermano, como Amigo.

El adviento es tiempo de preparación, un momento fuerte de ajuste en nuestras vidas. Esforcémonos, pues, por ser almas sencillas, almas humildes que sean la alegría y la recreación de Dios. Cristo niño volverá a nacer en medio de la más profunda humildad como lo hiciera hace más de dos mil años. Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer. ¿Cómo podremos negarle nuestro corazón a Dios, que nos pide un corazón humilde y sencillo en el cual pueda nacer?


“Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven, porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que oyen, y no lo oyeron.” 




  • Preguntas o comentarios al autor
  • H. Christian David Garrido F. L.C. 

    jueves, 5 de diciembre de 2013

    CARTA AL NIÑO JESÚS



    Carta al Niño Jesús


    Querido Niño Dios:

    ¿Cómo están por allá arriba en el cielo?  Por aquí, tú sabes cómo estamos.  Creo que no hace falta contarte los desastres, las injusticias, la violencia y todas las tragedias que dejan su huella en este mundo que es tu mundo.

    Además, Navidad no es ocasión de hacer lista de desgracias sino lista de ilusiones.

    Por eso te escribo esta carta.  Como las que escribía la niña y como las que escriben los niños cuando no se ha ensombrecido su mirada.

    Ya no pido juguetes.  Pero no creas que he dejado de ser pedigüeña.  Quiero pedirte muchas, muchísimas cosas.

    Quiero pedirte una tregua a la violencia que desangra a nuestra patria y al mundo: tú puedes cambiar los corazones de los violentos para que no empuñen las armas de la muerte.

    Y una tregua a la injusticia que nos está destruyendo: tú puedes cambiar los corazones de los hombres y las mujeres para que sientan como propias las necesidades de los hermanos.

    También sería buenísima una tregua a la irresponsabilidad y a la inconciencia: tú puedes cambiar los corazones de los irresponsables para que caigan en cuenta de los disparates que cometen, del daño que se hacen ellos y le hacen a otros.

    Otra cosa que quiero pedirte es una tregua a las caras largas: tú puedes cambiar los corazones de jóvenes y viejos para que puedan sonreír.

    Por favor, tráenos en esta Navidad una tregua a la agresividad que hace insoportables las calles: tú puedes cambiar los corazones de los agresivos para que se acerquen unos a otros sin miedo, para que se respeten, para que se ayuden.

    También nos está haciendo falta una tregua al silencio y las palabras duras en los hogares: tú puedes cambiar los corazones de los esposos, de los padres y de los hijos, para que descubran, los unos, lo que los otros quieren decir con su silencio, para que las palabras expresen el amor y la necesidad de amor.

    No se te olvide una tregua a la intolerancia: tú puedes cambiar los corazones de los intolerantes para que sean capaces de comprender y perdonar y olvidar.

    Y una tregua al egoísmo: tú puedes cambiar los corazones de los egoístas para que sean capaces de amar y de acercarse a la necesidad del amigo, del vecino, del familiar, del desconocido e incluso del que les cae mal.

    No sobraría una tregua a la desesperanza y al escepticismo que nos están carcomiendo: tú puedes cambiar los corazones de los aplanchados y los pesimistas para que miren la vida con optimismo.

    También te pido que pongas a los pies de las camas de los niños y en el árbol de Navidad de todos: sueños y esperanzas que podamos realizar; fe en nosotros mismos y en los que nos rodean; fe en la vida y, sobre todo, fe en ti; amor que construya la armonía en los hogares y la paz en nuestra patria; tu amor para poder amar.

    Ese es, tal vez, el verdadero regalo de Navidad, el que nos hace seguir siendo niños a pesar de todos.

    Con una caricia para tu alma.

    Autor: Graciela Baquerizo

    ADVIENTO: CAMINO Y PÓRTICO

    Autor: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic.net
    Adviento: camino y pórtico
    El pasar de los siglos no apagó la esperanza. El Señor cumple su promesa al mandarnos al Mesías.
     
    Adviento: camino y pórtico
    El Adviento es como un camino. Inicia en un momento del año, avanza por etapas progresivas, se dirige a una meta.

    Llega la invitación a ponernos en marcha. ¿Quién invita? ¿Desde dónde iniciamos a caminar? ¿Hacia qué meta hemos de dirigir nuestros pasos?

    La invitación llega desde muy lejos. La historia humana comenzó a partir de un acto de amor divino: “Hagamos al hombre”. El amor daba inicio a la vida.

    Ese acto magnífico se vio turbado por la respuesta del hombre, por un pecado que significó una tragedia cósmica. Dios, a pesar de todo, no interrumpió su Amor apasionado y fiel. Prometió que vendría el Mesías.

    La humanidad entera fue invitada a la espera. El Pueblo escogido, el Israel de Dios, recibió nuevos avisos, oteó que el Mesías llegaría en algún momento de la historia. El pasar de los siglos no apagó la esperanza. El Señor iba a cumplir, pronto, su promesa.

    Esa invitación llega ahora a mi vida. También yo espero salir de mi pecado. También yo necesito sentir el Amor divino que me acompaña en la hora de la prueba. También yo escucho una voz profunda que me pide dejar el egoísmo para dedicarme a servir a mis hermanos.

    ¿Desde dónde comienzo este camino? Quizá desde la tibieza de un cristianismo apagado y pobre. Quizá desde odios profundos hacia quien me hizo daño. Quizá desde pasiones innobles que me llevan a caer continuamente en el pecado. Quizá desde la tristeza por ver tan poco amor y tantas promesas fracasadas.

    La voz vuelve a llamar. En el desierto del mundo, en la soledad de la multitud urbana, en la calma de la noche invadida por los ruidos, en las risas de una fiesta sin sentido... La voz pide, suplica, espera que dé un primer paso, que abra el Evangelio, que escuche la voz de Juan el Bautista, que abandone injusticias y perezas, que mira hacia delante.

    El Salvador llega. Juan lo anuncia. La voz que suena en el desierto llega hasta nosotros: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15-16).



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Fernando Pascual LC 

    miércoles, 4 de diciembre de 2013

    DECÁLOGO PARA LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO




    DECÁLOGO PARA LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO 

    Javier Leoz
     

    1. VIGILA y cuida los dones que Dios te ha dado. No es bueno dejar que muera o no sirva para nada, lo mejor que existe en nosotros.

    2. VIGILA tu vida interior. ¿Por qué tanto empeño en la eficacia, en lo que se ve y, tan poco, en el equilibrio de uno mismo?

    3. VIGILA tu vida exterior. No te dejes llevar por las sensaciones. Llena, todo lo que haces y eres, con contenido y  verdad.

    4. VIGILA aquello que te produce vértigo o temor. No dejes que, nada ni nadie, perturbe tu derecho a estar y a vivir en paz.

    5. VIGILA las tareas que tienes encomendadas. Dales un cierto sabor cristiano. ¿Que no te atreves? ¿Que es difícil? Dios también lo tuvo complicado para hacerse presente en medio de los hombres.

    6. VIGILA tu reloj. No vivas sin sentido. Que no pasen las horas sin un pensamiento para Dios por lo mucho que ama y se acerca hasta la humanidad.

    7. VIGILA tu fe. No es lo mismo ser bueno que ser creyente. No es suficiente ser bueno y dejar de lado a Dios. ¿Dónde está la fuente y la cumbre del bien si no es en Dios?

    8. VIGILA tu compromiso con la Iglesia. Si nos alejamos del calor, podemos coger un resfriado. Si nos alejamos de la Iglesia, podemos contaminarnos con una poderosa neumonía espiritual.

    9. VIGILA tu caridad. Sal al encuentro de algo o de alguien. Prepara el camino al Señor en tu casa, con tu familia, con tus amigos.

    10. VIGILA tu testimonio. ¡Habla de Dios! Comienza a pensar en dónde y cómo instalar el belén, la estrella, un signo cristiano.

    PREPARAR PARA LA NAVIDAD CON LA ORACIÓN

    Autor: SS Francisco | Fuente: Catholic.net
    Preparar para la Navidad con la oración
    La oración, la caridad y la alabanza, con el corazón abierto para que el Señor nos encuentre.
     
    Preparar para la Navidad con la oración

    Fragmento de la homilía del Papa Francisco en Santa Marta el 2 de diciembre 2013


    Prepararse para la Navidad con la oración, la caridad y la alabanza: con el corazón abierto para dejarse encontrar por el Señor que todo lo renueva.


    En el Adviento empezamos un nuevo camino, un "camino de la Iglesia ... hacia la Navidad". Vayamos al encuentro del Señor, porque la Navidad no es sólo un acontecimiento temporal o un recuerdo de una cosa bonita.

    La Navidad es algo más: vamos por este camino para encontrarnos con el Señor. ¡La Navidad es un encuentro! Y caminamos para encontrarlo: encontrarlo con el corazón; con la vida; encontrarlo vivo, como Él es; encontrarlo con fe. El Señor, en la palabra de Dios que escuchamos, se maravilló del centurión: se maravilló de la fe que el tenia. Él había hecho un camino para encontrarse con el Señor, pero lo había hecho con fe. Por eso no sólo él se ha encontrado con el Señor, sino que ha sentido la alegría de ser encontrado por el Señor. Y este es precisamente el encuentro que nosotros queremos: ¡el encuentro de la fe!

    Pero más allá de ser nosotros los que encontremos al Señor, es importante "dejarnos encontrar por Él"

    Cuando somos nosotros solos los que encontramos al Señor, somos nosotros –digámoslo, entre comillas – los dueños de este encuentro; pero cuando nos dejamos encontrar por Él, es Él quien entra en nosotros, es Él el que vuelve a hacer todo de nuevo, porque esta es la venida, lo que significa cuando viene Cristo: volver a hacer todo de nuevo, rehacer el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino. Nosotros estamos en camino con fe, con la fe del centurión, para encontrar al Señor y, sobre todo, ¡para dejar que Él nos encuentre!

    Pero se necesita un corazón abierto:¡para que Él me encuentre! Y me diga aquello que Él quiere decirme, ¡que no es siempre aquello que yo quiero que me diga! Él es Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona: el Señor persona me mira a mí persona. Dejarse encontrar por el Señor es precisamente esto: ¡dejarse amar por el Señor!

    En este camino hacia la Navidad, nos ayudan algunas actitudes:
  • La perseverancia en la oración, rezar más; 
  • La laboriosidad en la caridad fraterna, acercarnos un poco más a los que están necesitados; 
  • y la alegría en la alabanza del Señor.

    Por tanto: la oración, la caridad y la alabanza, con el corazón abierto para que el Señor nos encuentre. 
  • martes, 3 de diciembre de 2013

    ¿Cómo orar en Adviento y en Navidad?

    Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com
    ¿Cómo orar en Adviento y en Navidad?
    Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron... ¿Habrá posada para el Verbo encarnado en nuestros días?
     
    ¿Cómo orar en Adviento y en Navidad?
    "Dios puso su morada entre los hombres" (Ez 37,27) "por el gran amor con que nos ha amado." (Ef 2,4) Pero ¿es acogido? "Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1,11) ¿Habrá posada para el Verbo encarnado en nuestros días? Eso se juega en la libertad de cada uno.

    Quisiera sugerir algunas pautas para orar en Adviento:


    1. Contemplar el misterio de la encarnación:

    La encarnación del Verbo es la entrada de la presencia de Dios en el mundo y en la historia. El mundo de la carne busca a su Creador. El mundo de la Gracia busca al hombre. El Verbo encarnado es el lugar de encuentro de las dos búsquedas. La divinidad habita corporalmente en Jesús de Nazaret y así encuentra descanso la doble búsqueda.

    "Se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a un hombre." (Flp 2,7) Nuestra fe se pone a prueba: "esto no puede ser", el Trascendente no puede ser tan cercano, no puede ser que se vuelva tangible, de carne y hueso, un bebé indefenso; es demasiado que Dios llegue al extremo de hacerse siervo. Tenemos aquí la prueba más convincente del gran amor con que Dios nos ama, de su incomprensible predilección por el hombre. Dios prueba su amor, el hombre debe probar su fe.

    En Adviento y Navidad contemplamos el rostro de Dios que por amor se acercó a nosotros y vive en medio de nosotros. Más cercano está de quien más se acerque a contemplarle. Estar allí contemplándolo con mucho amor es acercarse; eso es lo que obra el amor: una creciente cercanía.

    2. Dar posada al Redentor que ha venido, pero aún debe ser acogido.

    La Redención la ha realizado Cristo con su encarnación, muerte y resurrección, pero aún debe verificarse en cada uno y eso depende de la acogida personal. Dios nunca se impone al hombre, siempre pregunta. Dios es mendigo de la acogida por parte del hombre; se toma muy en serio su libertad. La respeta hasta el grado de verse humillado. Con paciencia, nuestro Dios sigue tocando la puerta.

    La plenitud de los tiempos ya ha llegado con la venida de Cristo, pero no se ha cumplido del todo: se realiza o no en cada persona, que libremente lo acepta o lo rechaza. Lo acepta cuando permite que el amor de Dios le impregne del todo, cuando su persona se cubre con la sombra luminosa del Espíritu Santo y Él obra su transformación en Cristo, a través de una sinergia de donaciones repitiendo la historia de la Madre de Dios.

    El Redentor es acogido cuando cada uno vive una vida cristiana, una vida en Cristo, no una doble vida, donde aún se reserva algo para sí, sin tomar completamente en serio la búsqueda de la santidad. "Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hacia la verdad completa (Jn 16,13) La radicalidad de la irrupción de Dios en la historia por la encarnación del Verbo es la que Jesucristo pide hoy de cada uno de sus hijos por la aceptación libre e incondicional del Espíritu Santo, la ley del amor, en la propia vida.

    En ese sentido, Adviento es tiempo de conversión, por eso el ornamento morado en la misa: "El Padre celestial, que en el nacimiento de su Hijo unigénito nos manifestó su amor misericordioso, nos llama a seguir sus pasos convirtiendo, como él, nuestra existencia en un don de amor. Y los frutos del amor son los «frutos dignos de conversión» a los que hacía referencia san Juan Bautista cuando, con palabras tajantes, se dirigía a los fariseos y a los saduceos que acudían entre la multitud a su bautismo." (Benedicto XVI, 9 de diciembre de 2007)

    3. Adorarlo con corazón de pastor y de ángel.

    "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 18,3) Para entrar a la cueva de Belén hay que hacerse pequeño, como niño. Los pastores y los ángeles tienen corazón de niño. El niño tiene una mirada pura, se maravilla de todo, todo lo disfruta, es capaz de dar amor y de recibir amor con humildad y corazón de pobre.

    Los pastores y los ángeles se dieron el tiempo para centrarse en lo esencial: la contemplación del hijo de Dios que habita en medio de nosotros. Los pastores dejaron sus ganados, los ángeles dejaron el cielo; todos se juntaron para adorar a Dios en los brazos de María.

    Adviento y Navidad deben ser tiempos de más calma para pasar más tiempo junto a Cristo Eucaristía. Sí, hay que tener el valor de romper esquemas y centrarse en lo esencial. Que esta Navidad, Cristo sea el mejor atendido y el más amado.

    ¿QUÉ SIGNIFICAN LOS COLORES DE LA CORONA DE ADVIENTO?



    ¿QUÉ SIGNIFICAN 
    LOS COLORES DE LA CORONA DE ADVIENTO?

    • Significado. El círculo de follaje verde, recuerda la eternidad de Dios y nos hace pensar en los miles de años de espera del Mesías, desde Adán hasta su nacimiento y, en la actual espera de la segunda venido de Cristo. El color verde significa la esperanza de la vida.

    Las cuatro velas que se colocan alrededor, significan la luz que disipan las tinieblas del pecado, son tres de color morado, que hablan del deseo de conversión y una rosa que habla de la alegría vivida con María, por la inminente llegada de Jesús.

    La vela blanca del centro es la Luz de Jesús que con su nacimiento, viene a iluminar definitivamente la vida del hombre. 

    • Celebración. Es una costumbre que reúne a la familia, pues es allí en donde se sugiere la celebración. La familia unida hace una oración en torno a la corona, con alguna meditación alusiva a las lecturas dominicales; se enciende una vela cada semana cantando algo que hable de la espera del Salvador. La noche del 24 de diciembre con las cuatro velas encendidas, se enciende por último la vela blanca cantando villancicos y se "acuesta al niño Jesús" en el nacimiento, como de costumbre, desde luego después de haber leído el Evangelio del relato del Nacimiento en Belén y de haber hecho una reflexión y oración todos juntos. Generalmente en los templos se reparten hojas con oraciones sugeridas para esta celebración.

    ADVIENTO


    ADVIENTO

    En Adviento, quien desespera, 
    es porque no espera ni quiere esperar en nada ni en nadie

    En Adviento, quien no espera, 
    es porque –tal vez- sólo espera en sí mismo

    En Adviento, quien aguarda, 
    es porque sabe que lo bueno está por llegar

    En Adviento, quien confía, 
    es porque intuye que Alguien está por llegar

    ¿Qué tienes Adviento que truecas la noche en día y transformas la soledad de vértigo en compañía?

    ¿Qué tienes Adviento que nos empujas y nos animas contra toda desesperanza?

    ¿Qué tienes Adviento que nos despiertas del letargo de la monotonía?

    ¿Qué tienes Adviento que levantas nuestra vista hacia el horizonte?

    Tienes la luz que iluminará la noche más estrellada de la Navidad.

    Posees el despertador que espabila la fe dormida o amordazada.

    Tienes, más allá de la Navidad, la llegada de Aquel que de una vez por todas vendrá hasta nosotros.

    Escondes, en ti mismo, la fuerza que nos invita a pensar en un Dios que viene al encuentro del hombre.

    ¿Qué nos das, Adviento, para que en ese dar, siempre siembres un poco de paz y de sosiego?

    ¿Qué secreto te traes entre manos, Adviento, para que se nos vayan desvelando tantos misterios?

    ¿Qué grandeza nos descubres, Adviento, para que el corazón vuelva del rencor al amor y el hombre de la violencia a la paz?

    Fluyes en la Palabra que,  según se había
     entretejido desde antiguo, por fin se cumple.

    Regalas la capacidad de asombrarnos 
    ante un mundo que nos adormece.

    Presentas, entre otras cosas, la caricia de Dios que hace que desparezca la parte más negativa del ser humano.

    Gracias, Adviento, porque haces de nuestra mente 
    un pensamiento para Dios

    Gracias, Adviento, 
    porque nos invitas a volvernos sobre nosotros mismos.

    Gracias, Adviento, porque cuentas con nosotros 
    como vigilantes de un gran amigo.

    Gracias, Adviento, porque aún siendo hijos de Dios, sabemos que tenemos mil defectos que dejar en el camino, para poder entrar con libertad, sin dificultades  y con amor en Belén.

    lunes, 2 de diciembre de 2013

    SEÑOR, QUE CASA NO HALLASTE ....


    SEÑOR, QUE CASA NO HALLASTE

    Señor que casa no hallaste cuando naciste en Belén
    hoy te ofrezco la mía, mi casa será Belén.

    Tú que eres luz y eres vida, ven a mi vida otra vez
    y te cuidaré como te cuidó María, como te cuidó José.

    Mi casa será Belén, si vive mi puerta abierta
    y si mi mente está alerta, al resplandor de la fe.

    La fe que tuvo María, la fe que tuvo José
    Mi casa será Belén si doy mi llave a los pobres
    y si sé amar a los hombres con el amor de tu ley.

    Igual que amaba María, Igual que amaba José.

    Cuando te llevan al templo para cumplir con la ley
    te ofreciste al Padre y yo te ofrezco también
    yo te ofrezco hoy mi vida junto a María
    y mi amor junto a José .

    EMPEZAR A PREPARARNOS PARA NAVIDAD Y LA VIDA ETERNA

    Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
    Empezar a prepararnos para Navidad y la vida eterna...
    Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos.
     
    Empezar a prepararnos para Navidad y la vida eterna...
    Estamos en tiempo de Adviento Es el tiempo santo de preparación que la Iglesia Católica celebra desde el principio de los cuatro domingos anteriores a la Navidad.

    Siempre que vamos a tener un gran acontecimiento en nuestras vidas, nos preparamos. Así se preparaban en los tiempos antiguos para la llegada del MESÍAS.

    Así nosotros hemos de prepararnos para esta Nochebuena, para esta Navidad en que celebraremos la llegada del Niño-Dios.

    Esto es una conmemoración pero también se nos pide una preparación muy especial para la segunda llegada de Jesucristo como Supremo Juez, también llamada Parusía en la que daremos cuenta del provecho que hayamos sacado de su Nacimiento y de su muerte de Cruz.

    El día en que hemos de morir es el acontecimiento más grande e importante para el ser humano. No resulta agradable hablar de ello ni pensar en esto. Tal vez por ser lo único cierto que hay en nuestra vida: la muerte. Es más agradable quedarnos en la fiesta, en la alegría de una hermosa Navidad.

    Pero no olvidemos que este episodio ya fue. El otro está por venir. Aún no llega, pero... llegará. Velen, pues, y hagan oración continuamente para que puedan comparecer seguros ante el Hijo del Hombre Juan 21, 25-28,34-36. Estas son las palabras de Jesús a sus discípulos, en aquellos tiempos y nos las está repitiendo continuamente en nuestro presente.

    Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos. ¿Quién podrá comparecer seguro ante el Hijo del Hombre? Tan solo el pensamiento de este Juicio nos hace estremecer.

    Pero recobremos la esperanza sabiendo que seremos juzgados con gran misericordia y amor si en este tiempo de Adviento nos preparamos rebosante de amor mutuo y hacia los demás como dice San Pablo en su carta a los tesalonicenses, porque tuve sed y me disteis de beber, porque tuve hambre y me disteis de comer...

    Pensemos en los demás. Olvidemos en este tiempo de Adviento nuestro "pequeño mundo" y volvamos los ojos a los que nos necesitan, a los que nada tienen, a los que podemos hacer felices dándoles nuestra compañía, nuestro amor y apoyo, una palabra de ternura y aliento, una sonrisa... Siempre está en nuestra mano hacer dichoso a un semejante. Solo así podremos estar seguros ante la presencia y el Juicio de Nuestro Señor Jesucristo que lleno de amor y misericordia unirá a nuestras pobres acciones los méritos de su pasión y muerte.



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  • Ma. Esther de Ariño
     
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